Cintia Díaz (33) recuerda todo. Era viernes a la noche, minutos antes de las 12. Cintia, su esposo, David y su hijo Valentino se dirigían desde su casa en zona sur hacia Alvear, donde viven los abuelos del niño. Era un trayecto cotidiano, ya que los adultos trabajan temprano y el niño pasa el día en la vecina localidad al cuidado de los padres de la mujer hasta la tarde. Los tres venían charlando y riendo. “Veníamos por Ayacucho. A esa hora no hay muchos autos y el semáforo está en intermitente. Íbamos a 40 porque yo soy muy cuidadosa con la velocidad”, contó a La Capital desde el sanatorio, donde tendrá que enfrentar múltiples operaciones por las heridas.
Hubo un segundo fatal cuando el auto comenzó a cruzar la bocacalle. Cintia explicó que tiene la costumbre de mirar hacia ambos lados aunque no esté al volante, por precaución, no había otros coches cerca. De repente, una luz se les vino encima: era un Citroën C4 blanco que los esquivó a gran velocidad. David gritó “ojo” y le empujó la cabeza hacia abajo, entre las piernas, para protegerla. Allí llegó el impacto del Renault Sandero negro sobre la puerta del conductor: “Sentí el choque fuertísimo que nos arrastró. Luego otro golpe más, el auto dio un trompo contra un semáforo, pegó contra un árbol y se quedó quieto. Ahí vi a los otros dos vehículos”, rememoró.
En medio de la confusión, la mujer atinó a salir del auto y mirar la parte de atrás, en la que venía su hijo. Un hombre que pasaba le dijo que no se moviera y se quedara sentada en el piso. “Le pasé el número de mis papás para que los llame, yo me quería levantar pero estaba mareada y no tenía fuerzas. Y veo que el señor se acerca al auto, mira hacia abajo y se agarra la cabeza”, cuenta entre lágrimas, quebrada. David y su hijo habían muerto en el acto como consecuencia del impacto. La ambulancia llegó rápido y llevaron a la mujer al Hospital de Emergencias Clemente Alvarez (Heca) con traumatismo de tórax, cuatro costillas fisuradas y triple fractura en un brazo. Cuando pudo recobrar conciencia, de lo que había sucedido, comenzaron las peores horas de su vida.
“Hoy los enterré a los dos. Estos hijos de puta me arruinaron la vida por correr carreras. Dejaron a otro nene sin su papá, hijo de David con una pareja anterior. A mi familia la dejaron sin su sobrino y sin su nieto”, manifestó envuelta en una mezcla de furia y dolor la sobreviviente.
Cintia hoy no puede caminar por el dolor y tendrá que enfrentar un proceso quirúrgico importante para recuperarse. Pero aún en shock, a horas de asistir al entierro y sin que todavía haya podido prestar declaración, tiene una sola palabra en mente: justicia. “Me tuvieron que dormir en el hospital, porque me quería levantar para ir a buscarlos y estaba toda quebrada. Pero sé que hacer justicia por mano propia no vale de nada”, confía con lucidez. Y afirma que va a utilizar todos los medios posibles para que los culpables, ya identificados y bajo custodia judicial, “se pudran en la cárcel”.
“No quiero que salgan en cinco años, estén dos años sin registro y vuelvan a manejar, porque van a arruinar familias de nuevo. A mí nada me va a devolver a mi hijo y mi marido, pero voy a hacer todo lo que pueda para que paguen por lo que hicieron. No voy a parar, no van a vivir tranquilos. Hoy no puedo caminar, pero cuando salga del sanatorio voy a hacer una marcha para que esto se visibilice. Porque no se dan cuenta de que salen con un arma en la mano”, cerró la víctima de la tragedia de Ayacucho.