El periodista especializado en temas policiales y judiciales, Hernán Lascano en su columna habitual de viernes en los estudios de LT3, realizó un raconto en el programa Digamos Todo sobre el contexto anterior vinculado a la inseguridad en la ciudad, y los números alentadores de 2024 en comparación con lo que parecería ser un recrudecimiento de la violencia y los crímenes en Rosario.
En los últimos años, Rosario se convirtió en sinónimo de violencia urbana en Argentina. Entre 2013 y 2023, la ciudad vivió una etapa de extrema crudeza criminal, caracterizada por un incremento alarmante en las tasas de homicidios y balaceras. Esa década estuvo marcada por una sensación generalizada de colapso, con episodios de violencia letal que dieron forma a la percepción de una ciudad desbordada por el crimen organizado.
No se trataba simplemente de cifras; los crímenes tenían una potencia simbólica y emocional devastadora. La ciudadanía se movilizó bajo el lema «Rosario Sangra», en un contexto donde los asesinatos de trabajadores públicos —dos taxistas, un colectivero, un playero de estación de servicio— generaron una reacción social sin precedentes, marcando el mes de marzo de 2024 como un punto de inflexión. Rosario parecía estar sitiada por la violencia.
Durante aquellos años, la criminalidad no se limitaba a barrios marginales: cualquier esquina podía ser escenario de un homicidio. Ejemplos sobran. El caso del músico Jimi Altamirano, secuestrado en una esquina de Rosario y ejecutado frente a la cancha de Newells, es apenas uno de los muchos episodios que ilustran esa época. O el de la bailarina y su madre, asesinadas en una parada de colectivo, cuyo aniversario se recuerda con dolor. A estos se suman ataques armados frente a restaurantes repletos de comensales, como el tiroteo en “El Establo” sobre Avenida Pellegrini por citar un caso.
Sin embargo, a partir de 2024 se registró un cambio notable. Con apenas más de 90 homicidios al finalizar ese año, la cifra representó un descenso asombroso si se compara con las 290 muertes violentas que se contabilizaron en 2022. Fue una baja estadística histórica. Hoy, en agosto de 2025, Rosario ya suma 79 homicidios, lo que sugiere que el año cerrará con algo más de 120 crímenes, una cifra todavía elevada, pero dentro de un marco que muchos expertos habrían considerado deseable no hace tanto tiempo. Este descenso no implica necesariamente una mejora estructural, ya que las cifras no siempre reflejan la calidad o el impacto simbólico de los homicidios. Muchos de los asesinatos más relevantes recientes, como los ocurridos en 2024, involucraron a personas completamente ajenas a las disputas criminales, lo que otorgó a esos crímenes un nivel de gravedad moral y social mucho mayor, aun si el total era inferior.
En lo que va de 2025, Rosario parece experimentar un nuevo repunte de homicidios, aunque con características distintas a las del pasado. Este resurgimiento no responde a una pérdida total de control, sino a un reacomodamiento interno dentro del universo delictivo. La violencia letal ha vuelto a surgir en sectores ligados al narcotráfico, que retoman sus disputas luego de un periodo de relativo repliegue. Ese repliegue estuvo influido por decisiones de política de seguridad, como el endurecimiento del régimen carcelario (incomunicación de líderes presos) y una intervención más efectiva por parte de los fiscales provinciales que ya conocían a fondo las redes criminales. El control del narcomenudeo pasó a manos de investigadores con más experiencia, y eso contuvo por un tiempo la violencia desbordada. Sin embargo, la criminalidad nunca desapareció. Se replegó, se adaptó, y ahora parece volver con nuevas tácticas.
El patrón de asesinatos de este 2025 muestra diferencias importantes con respecto a la etapa de violencia masiva. Ya no se trata de tiroteos indiscriminados o balaceras frente a multitudes. La violencia actual es más selectiva, más “quirúrgica”, dirigida a personas específicas del entramado criminal. Casos como los de Samuel Medina —alias Gordo Samu, yerno de Guille Cantero— y Pillín Bracamonte, ambos con fuertes vínculos con el narcotráfico, marcan este giro en la dinámica criminal. Las investigaciones siguen abiertas, y aún no se puede establecer con claridad el nuevo mapa de las bandas criminales en Rosario. Algunas ya están bajo seguimiento por parte de las agencias de inteligencia provinciales y fiscales, pero hay un cambio en curso que requiere atención.
Particularmente llamativo es el caso del Club Rosario Central. Históricamente, figuras como Pichín Bracamonte operaban en torno a actividades ligadas al club: venta de camisetas, manejo de entradas, transporte de hinchas. Pero los actores que ahora emergen parecen estar vinculados a estructuras de narcotráfico de mayor escala. Esta conexión amplía el alcance del problema y transforma las disputas internas en algo más complejo y potencialmente más peligroso.
El caso de María Florencia González —una mujer asesinada por error frente a su hijo en el barrio Empalme Graneros— marcó un momento de conmoción para la sociedad rosarina. Sin embargo, y aunque resulte difícil de procesar, este crimen no representa la norma actual. Al contrario de lo que sucedía años atrás, donde los homicidios por error eran casi habituales, hoy este tipo de casos aparecen como excepciones dentro de una nueva dinámica delictiva más selectiva.
Aunque la situación es más contenida que en años anteriores, los analistas advierten que no se debe bajar la guardia. El leve repunte en homicidios, el desplazamiento del crimen a otras zonas, y la persistente actividad de grupos criminales organizados mantienen vigente la amenaza.
Finalmente, el periodista especializado en temas de policiales cerró su crónica destacando que «se ha logrado reducir significativamente la violencia en comparación con años de caos absoluto, pero esto no significa que el conflicto esté resuelto. Las organizaciones criminales siguen activas, y su capacidad de adaptación es alta. La violencia no ha desaparecido: ha cambiado de forma, se ha transformado.