El ojo del arte: el Monumento al Fin del Milenio y el legado de la familia Williams

A mitad de camino entre arquitectura y escultura, las dos torres emplazadas en la costa de Vicente López, conforman uno de los más destacados ejemplos de la innovación modernista en Argentina.

La idea del colapso tecnológico, conocido como Y2K, atemorizaba al mundo. Un brutal terremoto en Turquía dejaba 18 mil muertos. Bill Clinton afrontaba en el Congreso de los Estados Unidos un proceso de destitución por el escándalo con Monica Lewinsky. Las películas El proyecto Blair Witch, Matrix, Magnolia y Sexto sentido arrasaban en las taquillas. La Alianza ganaba las elecciones y Fernando de la Rúa asumía la presidencia de la Nación tras la larga década menemista. Esos fueron algunos de los acontecimientos que se nos vienen a la mente cuando recordamos 1999, con el cambio de milenio a la vuelta de la esquina, algo que, salvo pocas excepciones, se vive una sola vez.

En distintas partes del mundo se construyeron monumentos alusivos a ese momento histórico y Buenos Aires no fue la excepción. En la costa de Vicente López, dos torres se imponen entre el verde, con el Río de la Plata como telón de fondo. El imaginario popular las llama “patas de pato”, porque parece un pato gigante enterrado de cabeza. También les dicen “los ravioles” o “los paraguas”. Lo cierto es que las dos columnas coronadas con bóvedas cáscara son el Monumento al Fin del Milenio.

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Entre 1948 y 1951 el arquitecto de vanguardia Amancio Williams (1913-1989) proyectó tres hospitales para ser construidos en un clima subtropical caluroso, con un sol intenso y lluvias fuertes, que debían disponer de un techo alto por encima, dejando una importante circulación de aire que asegurara la protección de los factores ambientales por medio de una foresta artificial. El elemento estructural era una pieza a la que llamó bóveda cáscara.

Los hospitales no se construyeron, pero el elemento se volvió una pieza icónica de la arquitectura. Entonces, Williams lo proyectó como un monumento en memoria de su padre, el compositor Alberto Williams, al cumplirse diez años de su muerte en 1962. La idea original era emplazarlo en el Parque de la Ciudad de Buenos Aires pero esto no se pudo llevar a cabo. En 1966, se logró construir una versión similar a la pensada originalmente por Williams para mostrarla en el Pabellón de Exposiciones para Bunge y Born, en la Feria del Centenario de la Sociedad Rural Argentina en Palermo, aunque luego las tiraron abajo.

Treinta años más tarde, surgió el proyecto de reconstrucción, en convenio con el Archivo Williams. Estuvo a cargo del arquitecto Claudio Vekstein y Claudio Williams, uno de los ocho hijos de Amancio, y contó con el apoyo de la Municipalidad de Vicente López. La construcción de la obra comenzó en noviembre de 1999 y se inauguró en febrero de 2000, en el Paseo de la Costa, a la altura de la calle Vito Dumas.

Las columnas tienen aproximadamente 12 metros de altura y las bóvedas cáscara tienen 9 metros de lado y 9 centímetros. Cada bóveda cáscara es una lámina de hormigón armado de doble curvatura, de planta cuadrada en el perímetro y circular en el centro, en coincidencia con la columna que, a su vez, hace de descarga pluvial.

Las columnas con su coronación de bóvedas cáscara han atravesado un largo camino hasta llegar a su ubicación actual. Tal vez no fue la que pensó su creador a mediados del siglo pasado, pero bien representan ese punto de inflexión simbólico de nuestra era, el momento en el que el futuro llegó.

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